“Anoche presencié algo inimaginable, horrible… No tengo palabras para describirlo”, cuenta Saeb Alzard, de 27 años. “Era mucho más aterrador que el infierno. Nunca imaginé poder ver todo eso, muertos, heridos…”, describe a través del teléfono. Se refiere al ataque en la tarde-noche del martes contra el hospital Al Ahli al Arabi de Gaza, donde murieron 471 personas, según las autoridades sanitarias de la Franja. Alzard se encontraba cuidando de su madre herida en otro hospital, el Shifa, ubicado a unos tres kilómetros, cuando se produjo el impacto.
Saeb Alzard apoya su relato del horror en el vídeo que grabó del momento en el que llega al lugar de los hechos. Va narrando incrédulo a gritos en inglés y árabe las escenas que se encuentra en medio del caos, de las llamas, de los servicios de emergencia, de las ambulancias, de los sanitarios tratando de poner cierto orden y del reguero de cadáveres por todos sitios. “¡Por favor, recen por nosotros!”, “¡No puedo creer lo que está ocurriendo!”, “¡Mira, este es un niño… sin cabeza!”, se le escucha decir detrás de la pantalla de su teléfono móvil.
Con esa matanza, ya son más de 4.700 los muertos entre ambas partes, la inmensa mayoría civiles, desde el día 7, cuando Hamás atacó territorio israelí en una incursión inédita por tierra, mar y aire. De inmediato, llegó la respuesta en forma de bombardeos permanentes de Israel, que impide el acceso de la prensa a un territorio que mantiene cercado y bloqueado. Los muertos en el hospital formaban parte de los cientos de personas que buscaban refugio en un lugar que consideraban seguro. Se trata del ataque más mortífero de los que se han producido entre ambas partes en la actual escalada de violencia. Pese a que Hamás culpa del ataque a Israel, el Gobierno de Benjamín Netanyahu atribuye el impacto del proyectil a un lanzamiento desviado del grupo Yihad Islámica.
Rodeado de decenas de cadáveres, algunos de niños, el doctor Ghassan Abu Sitta, palestino británico, compareció a las puertas del hospital atacado. Contó que había llegado esa mañana del martes al hospital Ahli al Arabi desde el Shifa por la sobrecarga de pacientes de aquel centro. Tras estar todo el día operando, decidió quedarse a pasar la noche allí. La explosión, según su testimonio, hizo caer el techo de los quirófanos. Cuando salió al exterior, se topó con decenas de cuerpos amontonados, “algunos de niños muertos, otros que todavía se movían”. Había también amputados y restos humanos esparcidos por el lugar, añadió este facultativo que se presentó como trabajador de Médicos Sin Fronteras (MSF), aunque esta organización humanitaria confirma a EL PAÍS que, en estos momentos, no tiene “proyectos activos en Gaza”, por lo que interviene en su propio nombre.
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Ese centro, según la ONU, era uno de los 20 del norte de Gaza que Israel había dado la orden de desalojar, pero “ha sido imposible dada la inseguridad actual, el estado crítico de muchos pacientes y la falta de ambulancias, personal, capacidad de camas del sistema de salud y refugio alternativo para los desplazados”, según fuentes de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Antes de la explosión en el Al Ahli al Arabi, esa agencia había documentado ya en Gaza 57 ataques contra centros sanitarios con daños a 26 hospitales y otras infraestructuras y un total de 16 trabajadores muertos.
Además, una gran crisis humanitaria amenaza a los más de dos millones de habitantes de este territorio. El miércoles, el Gobierno israelí aceptó dejar entrar ayuda de manera limitada y controlada (comida, agua y medicina) por la frontera sur de la Franja desde Egipto, a petición de Estados Unidos, cuyo presidente, Joe Biden, visitó Tel Aviv.
El bombardeo del centro sanitario ha supuesto una nueva vuelta de tuerca en la escalada vivida desde el día 7. Ambas partes tratan de demostrar que fue el otro. Biden atribuyó el miércoles la explosión a un “cohete fallido de un grupo terrorista”, según los “datos” de su Departamento de Defensa. El ejército israelí acusa, además, a los grupos armados palestinos de usar a la población local para ocultarse tras ella y de llevar a cabo actividades militares desde el entorno de edificios donde viven civiles y hospitales.
Mientras tanto, crece la indignación popular, especialmente en el mundo árabe. La Diócesis Episcopal de Jerusalén, que agrupa a las iglesias cristianas y es titular del hospital atacado, emitió un comunicado en el que no señala a nadie por el “atroz ataque” contra un lugar “sagrado” en un conflicto, como es el caso de un hospital. El texto se refiere, sin embargo, al “brutal ataque” contra el “hospital de la iglesia episcopal anglicana Al Ahli de Gaza durante los bombardeos israelíes”.
Gaza se halla al borde del colapso por la falta de agua, alimentos, suministro eléctrico, combustible o medicinas. “La situación en Gaza se está saliendo de control. Cada segundo que esperamos para recibir ayuda médica, se pierden vidas”, denuncia el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, que alerta en su cuenta de la red social X (antes Twitter) del bloqueo de la mercancía de esta agencia de Naciones Unidas en la frontera de Gaza desde hace cuatro días. La OMS estima que dos tercios de los centros de atención primaria de la Franja permanecen cerrados.
El padre de Saeb Alzard resultó gravemente herido en uno de los bombardeos del viernes. Murió después de tres días ingresado en la unidad de cuidados intensivos (UCI). La casa familiar, en un bloque de apartamentos de la ciudad de Gaza, quedó destrozada. La madre resultó herida en una pierna, sin excesiva gravedad, relata Alzard, pero sigue necesitando atención hospitalaria. Él cuenta que desde entonces tiene problemas de oídos. “Es un milagro que solo haya muerto mi padre”, añade mientras llama la atención sobre nuevos ataques. “Bombardean a cada minuto”, afirma.
La familia vive ahora en casa de unos tíos, pero se niegan a huir de los ataques hacia el sur de la franja de Gaza, como exigen las autoridades de Israel para, según su estrategia militar, poder acabar con la estructura de Hamás. “No, no, no…”, responde tajante. “No creo que esa sea la solución. No podemos. No tenemos nada ni a nadie [en el sur de Gaza]. Además, [los israelíes] no tienen derecho a echarnos de nuestra casa. No tiene derecho a hacernos emigrantes de nuevo. Queremos permanecer aquí y estar unidos. Incluso debajo de las bombas creo que nos vamos a quedar”, defiende Saeb Alzar, que, tras estudiar ingeniería en Turquía, donde vivió entre 2015 y 2022, regresó a Gaza y ahora se gana la vida dando clases de inglés y turco en un centro privado.
La vida diaria, añade, no depende solo de los constantes bombardeos, sino de los suministros básicos. Cuenta que no tienen agua corriente ―”eso es lo peor y nuestro gran desafío”― y que disponen de apenas una hora de luz al día. “Nos limitamos a sobrevivir”, concluye. Con unos 5.500 habitantes por kilómetro cuadrado (más de 60 veces la media en España), Gaza concentra una de las mayores densidades de población del mundo. De sus 2,2 millones de habitantes, dos tercios tienen el estatuto de refugiado.
Los hospitales del norte de la Franja atienden estos días a más de 2.000 pacientes, según la OMS. Esto incluye, además de las víctimas de los ataques israelíes, a aquellos que dependen de atención médica vital, como los de cuidados intensivos, los que necesitan respiración asistida, los recién nacidos en incubadoras o las mujeres con complicaciones en el embarazo. Por su parte, la agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) informa de que unas 400.000 personas están refugiadas en 92 de sus instalaciones en toda Gaza, que no están preparadas como refugios. “El número aumenta a medida que continúan los bombardeos y los ataques aéreos”, añaden fuentes de la ONU. Hasta el momento, tres escuelas de la UNRWA han sido alcanzadas por las bombas israelíes desde el día 7.
El ataque de Hamás acabó con la vida de unas 1.400 personas en territorio israelí. Los milicianos palestinos consiguieron, además, hacer rehenes a 199 personas y llevarlas a Gaza, según fuentes israelíes. Los bombardeos sobre la Franja han causado ya 3.478 muertos y 11.000 heridos.
La comunidad internacional trata de hacer frente a la enorme crisis humanitaria que amenaza a los más de dos millones de habitantes de Gaza. La principal preocupación de Mohamed Abunasser (26 años), director de la página web de noticias Quds News Network, son su hijo Karim, de cinco meses, y su esposa. “Hace unos cinco días las bombas cayeron en dos casas de aquí al lado y las explosiones dañaron la nuestra”, explica por teléfono desde Beit Lahia, en el norte de la Franja. “No tenemos luz, ni agua y las pocas tiendas que se mantienen abiertas apenas tienen comida”, añade mientras se dispone a ir a casa de un amigo para poder conectarse a internet. “Vivimos aterrorizados”, asegura.
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