Leonardo Da Vinci, Albert Einstein, Steve Jobs y, ahora, Elon Musk. El periodista y escritor estadounidense Walter Isaacson (Nueva Orleans, 1952) no se pone por poco, así que para convertirse en protagonista de una de sus cotizadas biografías hay que haber hecho algo realmente memorable. Algo como, pongamos, fundar Paypal, revolucionar la automoción con Tesla, fantasear con los viajes espaciales con SpaceX, bautizar a tu primer hijo con la cantante Grimes con el rimbombante nombre de X Æ A-Xii y comprar Twitter para, alehop, cambiarle el nombre, dibujarle una X del tamaño de una pirámide egipcia en la espalda y empezar a dinamitarlo poco a poco desde dentro.
Eso claro, es el ahora. El presente que explica quién es Musk, pero no cómo ha llegado hasta aquí. O no del todo. A esto último es precisamente a lo que ha querido dar respuesta Isaacson en una biografía que llega el 11 de septiembre a las librerías estadounidenses (el día 14 lo hará en España de la mano de Debate) y que explica, entre otras cosas, las razones que le llevaron a la sorprendente compra de Twitter: ahí estaba, sostiene el biógrafo, el mayor campo de juego del mundo, el patio de recreo global; y Musk no sólo quería tener la pelota; también quería ser dueño del patio de recreo. «La forma en que Musk se precipitó a comprar Twitter y rebautizarlo como X fue un presagio de la forma en que ahora lo dirige: impulsiva e irreverentemente», escribe Isaacson.
«Es un patio de recreo adictivo para él -añade-. Tiene muchos de los atributos de un patio de colegio, incluidas las burlas y el acoso. Pero en el caso de Twitter, los niños listos ganan seguidores; no son empujados por las escaleras y golpeados, como Musk cuando era niño. Poseerlo le permitiría convertirse en el rey del patio del colegio». Era, en cierto modo, una manera de corregir el pasado; de regresar al paraíso quebrado de la infancia para vengarse de quienes le habían hecho la vida imposible. «A lo largo de los años, cada vez que estaba en un lugar oscuro, su mente volvía a transportarlo a las intimidaciones que sufría en el patio de recreo», anuncia el biógrafo.
Cicatrices físicas y emocionales
Y es que, nacido en Sudáfrica en 1971, la infancia de Musk fue pesadillesca y traumática. «Un día, un grupo lo empujó por unos escalones de hormigón y le patearon hasta que su cara se convirtió en una bola de carne hinchada. Estuvo en el hospital durante una semana», leemos. Luego, claro, estaba lo de su padre, un ingeniero y promotor inmobiliario al que el propio Musk llegó a referirse como «un ser humano terrible». «Casi todas las cosas malas que puedas imaginar, él las ha hecho», dijo Elon. «Las cicatrices físicas fueron menores en comparación con las emocionales infligidas por su padre, un ingeniero, pícaro y fantasioso carismático», constatan las páginas de ‘Elon Musk’, donde también se airean asuntos más peliagudos como una supuesta intromisión del multimillonario en la guerra de Ucrania: según Isaacson, Musk pidió deshabilitar los satélites de la red Starlink utilizados por Ucrania para frustrar un ataque contra la flota militar rusa cerca de la costa de Crimea. ¿Sus motivos? El pavor a que Rusia respondiera al ataque utilizando armas nucleares contra Crimea.
Así que si en la vida de Leonardo Da Vinci Isaacson encontró belleza, en la de Musk lo que abundan son los escorzos y, en fin, el lado oscuro de la fuerza. «No es una persona alegre; le gusta más el drama oscuro y tormentoso que la cháchara alegre y ligera», resume el autor, quien fue durante dos años la sombra de Musk: asistió a sus reuniones, recorrió junto a él sus fábricas, y pasó horas entrevistándole a él, a su familia, amigos, compañeros y adversarios. El resultado, celebra la literatura promocional, es «un relato íntimo y revelador, repleto de historias asombrosas, triunfos y perturbaciones, que aborda la pregunta: ¿son los demonios que mueven a Musk también lo que se necesita para impulsar la innovación y el progreso?».
El caso es tanto una infancia de ‘bullying’ como la tormentosa relación entre sus padres (la madre de Musk ya escribió en sus memorias que había tenido «un marido cruel») marcaron a fuego a un Musk al que la biografía presenta como «un niño varón vulnerable»; alguien «propenso a bruscos cambios de humor tipo Jekyll y Hyde, con una tolerancia extremadamente alta al riesgo, un anhelo de drama, y una intensidad maníaca». No andaban errados quienes, hace un par de años, ya hablaban de ‘Mr. Elon y el Dr. Musk’: «Siempre ha sido un genio loco, pero era un 95 por ciento genio y un 5 por ciento loco. El problema es que ahora el ratio se está invirtiendo».
Millonario a los 30 y con un carácter forjado entre las páginas de ‘La guía del autoestopista galáctico’, de Douglas Adams –«la biblia formativa que lo sacó de su depresión existencial adolescente», leemos–, y ‘La fundación’, de Asimov, Musk suma tres matrimonios y diez hijos, el primero de ellos fallecido a los diez meses por muerte súbita. Precisamente la pésima relación con otro de sus vástagos, Jenna Wilson (Xavier Alexander Musk antes de cambiar de género y de nombre), habría sido otra de las razones que llevaron al voluble emprendedor a lanzarse sobre Twitter.
Así lo explica Isaacson, para quien la compra de la red social del pajarito fue, además de una suerte de ajuste de cuentas, una manera de combatir esa cultura ‘woke’ que, según Musk, había infectado tanto a su hija como a Twitter. «Los sentimientos ‘antiwoke’ de Musk se desencadenaron en parte por la decisión de su hijo mayor, Xavier, que entonces tenía 16 años, de hacer la transición», escribe el biógrafo. «Cuando Musk se enteró, se mostró en general optimista, pero entonces Jenna se convirtió en una ferviente marxista y rompió toda relación con él. ‘Ella pasó del socialismo a ser totalmente comunista y a pensar que cualquier rico es malo’, dice. La ruptura le dolió más que nada en su vida desde la muerte de su primogénito Nevada», añade Isaacson.
Adicto al drama
Para Musk, no hay duda de quien tiene la culpa: la ideología de «la escuela progresista» en la que Jenna estudió en Los Ángeles. «Twitter, en su opinión, se había infectado de una mentalidad similar que suprimía las voces de derechas y contrarias al sistema», resume el también autor de ‘Einstein, la vida de un genio’. Es más: a Musk, desvela Isaacson en un extracto adelantado por ‘Time’, también le quita el sueño que ese ‘virus woke’ acabe afectando al desarrollo de las nuevas tecnologías. «Le preocupaba que estos chatbots y sistemas de inteligencia artificial, especialmente en manos de Microsoft y Google, pudieran quedar adoctrinados políticamente», escribe. Y no sólo eso. «También temía que los sistemas de inteligencia artificial de autoaprendizaje pudieran volverse hostiles para la especie humana. Y, a un nivel más inmediato, le preocupaba que los chatbots pudieran ser entrenados para inundar Twitter con desinformación, informes sesgados y estafas financieras», añade. Otro motivo más, por si no tenía ya suficientes, para tirar de chequera y comprar tanto la jaula como el pajarito.
«Necesito cambiar mi forma de pensar y dejar de estar en modo de crisis, como lo he estado durante unos catorce años, o posiblemente la mayor parte de mi vida», recuerda Isaacson que le dijo Musk en 2022. Tesla había vendido más de un millón de unidades y su creador acababa de hacer podio como hombre más rico del mundo y, explica el biógrafo, le habló con tristeza «de su compulsión por provocar dramas». Acto seguido, empezó a comprar acciones de Twitter en secreto.
He aquí, otra vez, el patio de recreo de la infancia. «La regla número uno para un biógrafo es que todo comienza en la infancia», aseguró Isaacson a principios de agosto en la red social rebautizada como X. «El padre de Elon Musk le inculcó su impulso pero también sus demonios, desde una edad temprana. «Elon y su hermano, Kimbal, cuentan historias vívidas y psicológicamente brutales y las cicatrices que dejaron», resume Isaacson en una de esas frases que parecen nacidas para encajar en una vistosa faja promocional..