Líbano, Afganistán, incendios forestales, Filomena o el Covid-19. El cabo 1º del Ejército de Tierra Fernando Martín Pozueco había afrontado muchas exigencias durante sus casi 20 años de servicio militar. Sin embargo, la madrugada del pasado martes tuvo que enfrentarse a su reto más personal, poner a salvo a su familia y a sus vecinos en plena DANA. Solo hubo uno al que no llegó a tiempo y cuyo recuerdo le quiebra la voz, José Manuel Aguado Truano, el anciano de 83 años al que arrastró la riada y cuyo cuerpo fue encontrado días después.
El cabo 1º Pozueco se encontraba en su casa, una urbanización de chalets entre Villamanta y Aldea del Fresno, cuando se dio cuenta de que la tormenta iba en aumento. Entonces tomó la decisión de poner a su madre y a su hija a salvo y arrancar los sumideros de su vivienda para que no quedaran colapsados por el lodo.
Pero inmediatamente fue consciente de que eso no sería suficiente, una ola enorme se llevó los coches de la calle, el suyo incluido, se fue la luz y empezaron los gritos. Fue ahí cuando puso «el piloto automático» y empezó una hercúlea lucha contra la DANA.
«Empecé a recorrer todas casas para asegurar a los vecinos y sacar a la gente que necesitaba ayuda», ha explicado este lunes junto a la ministra de Defensa, Margarita Robles. Miembro del Regimiento de Guerra Electrónica nº31, con base en El Pardo, pasó horas en plena noche entrando casa por casa para poner a todos a salvo. «Solo me iluminaban los truenos», recuerda sobre una labor que asumió en soledad hasta que logró subir a un terraplén desde el que alertar a los servicios de emergencias y romper una valla que permitió entrar a tres bomberos con los que hacer una cadena humana para sacar a todo el mundo.
«La gente lo ve como un acto heroico, para mi es algo normal«, asegura orgulloso de la formación militar que le permitió tomar decisiones rápidas en el momento adecuado. Sin embargo, reconoce que la tarea no fue fácil e incluso estuvo a punto de ser arrastrado él también por la corriente en un momento en el que se rompió el anclaje al que estaba sujeto. «Tuve que atarme con unas cuerdas de tender», recuerda con el cuerpo aún magullado. Para llegar hasta todos sus vecinos tuvo que romper puertas, muebles, saltar vallas y esquivar los numerosos objetos e incluso animales muertos que eran arrastrados por el agua.
En el relato, que rememora con aparente entereza, solo deja hueco para la emoción al recordar a su vecino José Manuel. «La única pena es mi vecino, al que no llegué a tiempo y que ya había arrastrado la corriente«, reconoce. En cambio, sí pudo salvar a su mujer, que había aguantado agarrada a una ventana y cuyas fuerzas estaban ya a punto de extinguirse.
Pozueco explica que todo fue posible gracias a su entrenamiento militar. «Todo te forma para lo que tenga que venir», reconoce recordando los casi 20 años que han pasado desde que salió de la Academia y lo aprendido desde entonces. «La sociedad española tiene una grandísima herramienta que es el Ejército. No solo estamos para hacer la guerra, también para ayudar«, ofrece.
Junto a él estaba el cabo Pedro Peña del Pino, de la Unidad Militar de Emergencias (UME). Él fue quien, con su perro, localizó el cadáver de una de las desaparecidas. «Estaba en la boda de mi hermano cuando me llamaron», explica sobre una labor en la que el trabajo con el animal es básico en catástrofes.
«Ustedes representan lo mejor de las Fuerzas Armadas y también de los seres humanos en momentos tan difíciles», ha agradecido la ministra al escuchar el relato «sobrecogedor» de los militares. Ella misma ha evocado que fue víctima de una riada hace 40 años en Bilbao, en las que hubo más de una treintena de fallecidos.